Redes sociales y partidos políticos en Chile
IIMAS-UNAM
En este estudio se describe el origen y la
evolución de dos partidos políticos chilenos (el Partido Radical y el Partido
Demócrata Cristiano) por medio del análisis de las redes sociales que los
originaron y que los componen. Se propone un modelo teórico que consiste en la
combinación de un análisis estructural basado en el estudio de redes sociales y
en la descripción del sistema simbólico que las retroalimenta. La estructura y
función de las redes sociales depende de la dirección en la que se dan los
intercambios -redes horizontales y redes verticales-, de lo que se intercambia,
y de la articulación que se da entre las redes. En toda sociedad se dan
intercambios simétricos y asimétricos, que van conformando redes horizontales y
verticales. Estas redes se van articulando entre sí, conformando el tejido
social. El predominio de unas sobre otras y su combinación dan el carácter a la
cultura política (ejemplo, autoritaria vs. igualitaria). En el caso de Chile
encontramos que se trata de una sociedad horizontalmente estructurada en clases
sociales, al interior de las cuales se advierten redes sociales informales que
eventualmente y por razones ideológicas se van formalizando en partidos
políticos. Estos grupos igualitarios de amigos ejercen informalmente control
sobre sus propios miembros creando barreras invisibles que los distinguen de
los demás, y aunque si bien es cierto que en ellos surgen líderes “naturales”,
su liderazgo es condicional lo que permite el surgimiento de tendencias y
facciones que a su vez pueden llegar a constituirse en nuevos partidos. Por
ende, el sistema depende de negociaciones horizontales permanentes mediadas por
un fuerte presidencialismo dentro de un sistema parlamentario fuerte y apoyado
por una legitimidad casi fanática.
Entendemos la cultura política como un
lenguaje de comportamiento compuesto por la "gramática" (la langue)
y el "habla" (la parole). La gramática es el conjunto de categorías
y reglas que representa la continuidad en la cultura, y el habla es su
comportamiento lingüístico, el cual es por naturaleza variable. Los cambios que
se van dando en una sociedad (tecnológicos, económicos, políticos), deben
enfrentarse a su estructura, y el resultado de la adecuación entre las fuerzas
conservadoras y las del cambio va constituyendo su historia; los cambios son
interpretados y asimilados por la continuidad de la cultura. Los grandes y
bruscos cambios en la gramática cultural se dan en momentos cataclísmicos
(conquista, guerras, revoluciones). De otra manera, los cambios son lentos; los
eventos van actuando sobre la cultura en forma gradual. La gente actúa, absorbe
y asimila los cambios a partir de la gramática cultural preexistente. En ello
consiste la dinámica de la continuidad y el cambio.
En este contexto, la cultura política vendría a ser
la gramática de las relaciones de dominación/subordinación/cooperación; es
decir, la gramática del control social: del poder y su forma de expresarse.
Proponemos definir la cultura política sobre
la base de:
1) la estructura de las redes sociales que
tienen relación con el poder y
2) la del sistema simbólico que legitima y
retroalimenta ese poder
1) La estructura y función de las redes
sociales depende de la dirección en la que se dan los intercambios -redes
horizontales y redes verticales-, de lo que se intercambia, y de la
articulación que se da entre las redes. En toda sociedad se dan intercambios
simétricos y asimétricos, que van conformando redes horizontales y verticales.
Estas redes se van articulando entre sí, conformando el tejido social. El
predominio de unas sobre otras y su combinación dan el carácter a la cultura
política (ej. autoritaria vs. igualitaria).
2) El sistema simbólico, por su parte,
refuerza y legitima esa estructura de redes, e incluye manifestaciones tales
como el discurso, los rituales políticos, el lenguaje, la arquitectura, los
mitos de la cosmología política, los emblemas, el uso de tiempos y espacios,
etc., elementos que a menudo son constitutivos de la ideología nacionalista.
Las redes sociales son construcciones
abstractas que el investigador define de acuerdo al criterio que le interese;
es decir, estas relaciones se determinan por algún criterio subyacente, lo que
permite identificar estructuras sociales que generalmente no están formalmente
definidas por la sociedad y que de otra manera no serían identificables. Lo que
interesa al científico social es la forma en que las relaciones están
ordenadas, cómo la conducta de los individuos depende de su ubicación en este
ordenamiento y de qué manera influyen los propios individuos en los
ordenamientos.
Así, se puede hacer un diagrama de las
relaciones en las cuales se dan intercambios de bienes y servicios o de
comunicación entre individuos, tales como intercambios de favores burocráticos,
de préstamos materiales o de información. Los intercambios pueden ser de tres
tipos: a) intercambios recíprocos (entre individuos con recursos y carencias
similares que se dan dentro de un contexto de sociabilidad o
"confianza"), b) de tipo redistibutivo (patrón/cliente); es decir,
entre individuos de diferentes jerarquías con recursos desiguales, siendo éstas
típicas relaciones de poder inmersas en relaciones personales y en las cuales
se intercambia lealtad por protección, y c) intercambios de mercado, en los que
la circulación de bienes y servicios se hace a través del mercado y sus leyes
(Polanyi, 1957: 234-269). La reciprocidad y la redistribución representan
formas de intercambio informales, social y culturalmente normadas, y se
remontan a los orígenes de las sociedades humanas. Estas relaciones y sus
formas de intercambio varían de cultura en cultura, tanto en la definición de
quiénes son los 'partners' en el intercambio, como en lo que es susceptible de
ser intercambiado y en las formas socialmente aceptadas de hacerlo; hay, pues,
una estructura social en el interior de la cual se dan estos intercambios (las
redes sociales verticales u horizontales), los objetos de intercambio
(materiales y morales) y un sistema simbólico que refuerza la estructura de la
red y de la sociedad en que ésta se desenvuelve.
En sociedades complejas el individuo debe
manejar los tres tipos de intercambio (reciprocidad, redistribución y mercado);
ello implica que participa simultáneamente de los tres tipos de relaciones
sociales: una relación de confianza, una de jerarquía y otra de clase (ver
Lomnitz, 1975, 1987, 1988 y 1991). Así, lo económico, lo político y lo sociocultural
son tres dominios que se van enhebrando en la vida del individuo y su trama va
conformando la realidad macrosocial (Radcliffe-Brown, 1952, y para la relación
entre redes verticales y poder, ver Blau, 1964). Cada tipo de intercambio tiene
sus reglas que el individuo aprende a manejar y -cuando son contradictorias- a
conciliar entre sí para cada situación determinada. Ese proceso es rico en
lenguaje simbólico, por lo tanto la habilidad para manejar símbolos a su vez
constituye un recurso.
Los recursos que se intercambian determinan
y originan estructuras sociales características. Si tomamos los casos de México
y Chile como ejemplos paradigmáticos, observamos en México sectores
estructurados verticalmente, cruzados por redes horizontales. El capital y el poder
se expresan mediante estructuras visibles que concentran a su alrededor a
grupos de individuos que se ordenan jerárquicamente según el nivel de recursos
a que tienen acceso. A través de esas jerarquías se van conformando patrones de
lealtad, estilos de vida, ideologías y subculturas. A estas estructuras se van
integrando redes horizontales de intercambio recíproco que aligeran la presión
de las relaciones jerárquicas y les otorgan flexibilidad. Las estructuras o
redes que se van conformando a niveles personales tienden a expresarse
finalmente en el sistema político nacional; las redes horizontales, si son las
dominantes, cristalizarán en partidos políticos de corte horizontal con
liderazgos de cierto tipo, y las verticales, a su vez, generarán un tipo diferente
de sociedad. Por ejemplo, México es un estado con un sistema corporativo,
vertical, autoritario y muy presidencialista (una sociedad jerárquica afín a
una sociedad de castas, en la cual la familia patriarcal, tri-generacional,
ejerce el control sobre sus miembros); Chile es un país multipartidista, a cuyo
interior se dan cohortes o grupos horizontales de amigos (que informalmente
ejercen un cierto control entre sus miembros y que van creando las fronteras
invisibles que los separan de los demás), con liderazgos condicionados, que
producen -si bien un sistema presidencialista fuerte, también basado en una
legitimidad casi fanática-, a la vez faccionalismos y un sistema con un
parlamento fuerte; el sistema entero depende de negociaciones horizontales permanentes.
Es una sociedad informalmente organizada en clases sociales estructuradas
horizontalmente. A nuestro juicio, el modelo básico en la constitución de cada
sociedad, sería el dado por las instituciones primarias -base de su
sociabilidad y del control social- y serían ellas las que darían el carácter a
su cultura política; en el caso de México, la familia patriarcal autoritaria y
vertical, vs. el grupo de amigos en Chile. Si se trata de un estado-nación,
sería su grupo socio-cultural dominante el que implantaría su sello sobre las
instituciones nacionales.
Nuestros estudios preliminares realizados en la
clase media (Lomnitz, 1971) sugieren que en la cultura política chilena existe
un predominio de las relaciones horizontales sobre las verticales al interior
de las clases sociales y que esto se refleja en sus organizaciones políticas.
Es decir, que si bien existe una red generalizada de intercambios recíprocos
entre miembros de la misma clase, se van concentrando redes más estrechas que
eventualmente dan origen a su formalización en partidos políticos al interior
de los cuales se dan intercambios de favores y comunicación, lealtades y
recursos, dependientes del acceso que el partido tenga al poder estatal
(Valenzuela, 1977). A su vez, al interior de los partidos y a medida que éstos
crecen, se van dando cohortes o redes de amigos generacionales, cuya estructura
interna es igualitaria, altamente emocional (generalmente comienzan estas redes
a aparecer entre jóvenes adolescentes, en las Juventudes de los partidos). Al
interior de estas redes igualitarias basadas en la amistad -que por definición
se da entre iguales-, van surgiendo los líderes "naturales", una de
cuyas características es su necesidad permanente y su capacidad de mantener su
legitimidad al interior del grupo. Podríamos decir que si bien en México el
líder crea el grupo, en Chile el grupo elige y crea al líder. Algunos de estos
líderes van trascendiendo la red primaria, entrando a otros niveles jerárquicos
dentro del partido, hasta llegar a los liderazgos más altos del mismo, siempre
debiendo probarse como líderes y recibir la aceptación de las bases. Cuando
esto no sucede, se producen fisuras, el surgimiento de facciones y
eventualmente la separación de grupos que conforman nuevos partidos. Como
resultado tenemos un faccionalismo típico de la cultura política chilena.
El notorio predominio de las relaciones horizontales
basadas en la confianza, implicaría la posibilidad de que el acceso al poder se
viera facilitado por estructuras más semejantes a redes horizontales que a
jerarquías verticales. Sin embargo, ningún sistema social complejo puede
prescindir de estas últimas. Los líderes resultan indispensables, y ello
plantea para Chile una situación más difícil de resolver que en México, donde
la horizontalidad es funcional, complementa y sostiene las jerarquías
verticales. En Chile, en cambio, la jerarquía o liderazgo sería un elemento
contradictorio con el ideal de horizontalidad y con el crecimiento de los
partidos. Estas contradicciones se resuelven -a nivel del grupo- poniendo en
juego mecanismos sui generis de la cultura política chilena, tales como
la mofa burlesca (la "talla") al líder que intenta sobresalir o se
muestra poco modesto, o directamente el tirarlo hacia abajo (el
"chaqueteo"), el sacarlo de su función con malas artes (el
"aserruchamiento de piso"), etc. Al mismo tiempo, se postula la
necesidad de que los líderes sean y se muestren modestos, austeros, dedicados
al bien común, apegados a la legalidad y sobre todo, que no abusen del poder. A
otro nivel, si un líder llega a consolidar su poder personal al grado de
construir su propia jerarquía vertical, el sistema tendería a erosionar su
poder, ya sea provocando su derrota en las siguientes elecciones, o por la vía
de la separación de grupos y la fundación de partidos disidentes, dando paso al
faccionalismo. Cuando estos recursos no han sido efectivos, el sistema ha
entrado en crisis, y en ocasiones, han aparecido soluciones autoritarias, que
inevitablemente se basan en la coerción física. La naturaleza de la cultura
política chilena hace necesario el respeto a la horizontalidad y a la
verticalidad aceptada consensualmente y legal. En México en cambio, el
predominio de la verticalidad tiende a concentrar el poder en los niveles mas altos
de la sociedad o directamente en el presidente y a consolidar todas las fuerzas
políticas en un solo gran partido, compuesto por sectores muy disímiles que
negocian entre sí al interior del mismo; este autoritarismo tiene base en su
cultura política; su estructura de redes y el sistema simbólico que la
sostiene, por lo que puede ejercerse sin apoyarse en la fuerza física. A
diferencia de México, en Chile el monopolio del poder en un solo partido o
individuo, rompería la paz social basada en el sistema multipartidista de
negociaciones y alianzas.
Así, si en México la horizontalidad complementa y
sostiene las jerarquías verticales, en Chile, de acuerdo a nuestra hipótesis,
la jerarquía (o liderazgo) sería un elemento conflictivo para el crecimiento de
grupos horizontales (los partidos). El resultado de esta dinámica sería el
faccionalismo, como mecanismo que limita el crecimiento de las estructuras
jerárquicas e impide la consolidación de un liderato personalista, excepto el
liderazgo legítimo y sujeto a crítica del presidente de la república. Las
facciones resultantes generalmente están integradas por un número pequeño de
personas, que representan un grupo de amigos pertenecientes a las capas
dirigentes del partido (incluyendo los jóvenes; a menudo este faccionalismo
expresa un conflicto generacional). Algunas veces, estas facciones crecen y se
separan del tronco hasta convertirse en partidos de significación con un gran
número de seguidores; tal es el caso del partido Radical (desgajado del P.
Liberal) y del partido Demócrata Cristiano (salido del tronco conservador).
Pero en la mayoría de los casos, estas facciones terminan uniéndose o aliándose
con otros partidos, o se mantienen en el tiempo sin mayor significación o bien
desaparecen. (Ver por ej., Moulian y Torres, 1990; Edwards y Frei, 1949; Vial,
1981).
Si bien el faccionalismo cumple un papel
funcional al sistema de horizontalidades, impidiendo que los líderes acumulen
poder excesivo o que algún partido logre una hegemonía política que le permita gobernar
sin negociar, su exceso conduce a, o es expresión de, una crisis social y
económica. En algunos ejemplos históricos de Chile, el autoritarismo ha surgido
de tales situaciones (Presidentes Ibañez y Pinochet). Es decir, el exceso de
faccionalismo pulveriza el sistema, cuyo equilibrio descansa en la existencia
de dos o tres partidos básicos, que encarnen las grandes corrientes en que se
divide la sociedad chilena, dependientes de la clase que representan y/o de su
postura frente a la religión. Estos partidos, en tanto representantes de una de
las grandes corrientes, son los que permanecen -con uno u otro nombre- haciendo
que en Chile haya partidos de derecha, centro e izquierda, y a la vez, laicos y
católicos (Scully, 1995: 136). ¿Como se da esta persistencia?
Afirmamos que, así como entre grupos étnicos
o "minorías" pertenecientes a una misma nación, esta persistencia se
da por una combinación de redes sociales compuestas por individuos que ocupan
un mismo nicho económico y/o comparten una subcultura común, en el caso del
sistema político, los partidos representan conjuntos de redes sociales de
individuos que ocupan determinados nichos económicos y sociales, que van
desarrollando formas de vida comunes que giran y se consolidan a través de
compartir una misma ideología política. Al igual que las etnias o
"minorías" constitutivas de una nación, los partidos van creando
fronteras simbólicas que los distinguen de los otros, que los hacen sentirse
diferentes de los otros: lo que Barth define como "we-ness" y que se
expresan no solamente en las ideologías políticas, sino también en preferencias
de estilos de vida, manera de entretenerse, colegios y universidades adonde se
envían los hijos, ocupaciones, etc. En otras palabras, los partidos políticos
representan subculturas características que llegan a garantizar su
persistencia.
Es necesario subrayar que el hecho de
destacar el predominio en Chile de la horizontalidad sobre la verticalidad no
equivale a afirmar que no se de una sociedad jerarquizada puesto que los
partidos políticos se organizan sobre bases clasistas, quedando sus diferencias
de clase perfectamente marcadas en el tejido social del país. De lo que aquí se
trata es de un modelo, susceptible de ser aplicado para explicar y comprender
la cultura política de una sociedad. Su origen y la persistencia de su
"gramática". En México, de la estructura primaria (la gran familia
patriarcal) y de las pequeñas redes verticales de patrón/cliente articuladas
verticalmente entre sí, se cristaliza un sistema político corporativo y
presidencial. En Chile, a partir de las redes horizontales de grupos de amigos,
se van conglomerando los partidos políticos, que dan por resultado una sociedad
de clase, jerarquizada, aunque no autoritaria. En Chile lo que vemos a nivel macro,
es una sociedad horizontalmente organizada, pero estratificada (aunque no
impermeable), que parte de las subculturas de que hemos hablado. En suma, la
base de estas subculturas es la clase social, pero la clase social definida por
una mezcla de variables que incluyen no solo la posición del individuo en la
economía, sino también las redes sociales que la componen, la cuestión
religiosa y sus estilos de vida. Todo lo cual es muy notorio -por ejemplo, el
modo de hablar-, y por lo tanto resulta muy característico de la sociedad
chilena.
Por otra parte, en un sistema como éste,
caracterizado por contener fuertes subculturas políticas, es muy importante
garantizar la convivencia, lo cual requiere la aceptación de un marco
reglamentario común: la legalidad. El respeto a esta legalidad, expresada en la
constitución, es lo que legitima el sistema y la autoridad presidencial. Este
aspecto de la cultura chilena ha estado presente desde sus inicios, y es uno de
sus rasgos, quizás el más notorio.
Esto, en fin, es lo que llamamos una
gramática social o cultura: las categorías sociales, las reglas con que se usan
y la habilidad que cada cual tiene para comportarse dentro de ellas; la
gramática y el habla, las estructuras primarias que resultan de ellas; y las organizaciones
políticas en que se cristalizan y a través de las cuales se obtiene acceso y se
ejerce el poder, son lo que da su carácter a la cultura nacional. Y por
supuesto, en toda sociedad se dan relaciones verticales y horizontales; lo que
daría su especificidad a cada una es la mezcla y combinación de ambas, y la
importancia relativa de cada tipo de estructura.
Es en el contexto de estas ideas que hemos
emprendido el estudio y análisis de los Partidos Radical y Demócrata Cristiano
de Chile, en la gestación de los cuales, las redes de amistad, afinidad
ideológica y social de carácter horizontal, son más que visibles. Vale decir,
que ambos partidos comparten las características de la cultura política chilena
en lo que se refiere a las estructuras de las redes sociales, horizontalidad y
verticalidad, liderazgos condicionados, vida familiar, etc.. Pero que ostentan
claras diferencias en lo que respecta a sus respectivos sistemas simbólicos
(valores, discursos, ideología, estilos de vida, etc.).
Cabe acotar que el Partido Demócrata
Cristiano (PDC) fue concebido como partido de clase media, ha mantenido lazos
culturales con la clase alta (por haber surgido del Partido Conservador), logró
-en la década de los 60s- convertirse en un partido pluriclasista, al atraer
hacia su redil a grandes sectores del campesinado y del sector popular urbano.
Esto apareció como problema al analizar los datos obtenidos en el trabajo de
campo, ya que los estilos de vida de los militantes entrevistados de la DC
varían de acuerdo a la clase social a la que pertenecen (el problema no se dio
en el caso de los radicales). Pero la homogeneidad sí se manifiesta en lo que
se refiere al tipo de catolicismo que profesan, a sus valores (humanistas
cristianos), a su discurso y a cómo se perciben a sí mismos.
En el estudio se comenzó con una reseña
histórica del siglo XIX y XX, la que permitió fundamentar el modelo teórico
propuesto en lo que respecta a las características de la cultura política
chilena. Allí vemos que el Partido Conservador, primer partido que surge
después de la independencia, es el resultado de una inconformidad de la
"fronda aristocrática" ante el comportamiento autoritario del
Presidente de la República. Posteriormente, y con el surgimiento de otra red de
la misma aristocracia -la red liberal- comienzan a aparecer diferencias
ideológicas relativas a la injerencia de la Iglesia en los asuntos del Estado.
De allí surge el Partido Liberal, del cual a su vez se desprende el Partido
Radical a consecuencia de diferencias también referidas a la cuestión
religiosa. Los radicales ya son categóricamente laicos, anticlericales,
promotores de la educación laica, abanderados de los postulados
librepensadores, positivistas, y humanistas de sus congéneres franceses y apoyados
por la masonería. Todos estos principios, más los cambios socio-económicos
vividos por el país durante el último tercio del siglo XIX, lo convierten en el
abanderado de la incipiente clase media chilena. En este ejemplo histórico se
ve cómo, de redes sociales homogéneas se desprenden nuevas redes horizontales
que se van distinguiendo de las originales, y que abrazan una ideología
diferente en gran medida debido a los cambios en el desarrollo económico del
país y al papel que la nueva red pasa a desempeñar en él.
En el siglo XX la clase media experimenta un
gran desarrollo, a causa de la necesidad de cuadros medios para servir en el
ejército, para la explotación del salitre, para servir en la administración
pública, en el sistema educacional, etc. Los profesionales liberales necesarios
para apoyar este desarrollo, a su vez, son producto de la educación fiscal y
sobre esta base se afianza el poderío del P. Radical. El sector popular urbano,
ya afianzado en el siglo XX a raíz del desarrollo económico del país, también
es una base de apoyo del emergente P. Radical, el cual juega un papel
intermediador entre las clases desposeídas y la oligarquía nacional. En la
primera mitad del siglo XX, con tres presidentes radicales sucesivos, el PR
sienta las bases de la industrialización del país, da un auge al sistema de
educación pública, se ocupa de la salud, etc., lo cual hace que crezca el
aparato estatal, la burocracia, y junto con ello el propio Partido Radical.
Mientras tanto, aparecen partidos marxistas
de izquierda que empiezan a representar al proletariado urbano. Estos no
solamente son partidos de clase, sino de ideología. A medida que aumenta la
influencia del marxismo en Chile y en el mundo, la Iglesia Católica busca con
mayor ahínco ofrecer una ideología alternativa en la defensa de los pobres, con
su doctrina social de la Iglesia, expresada en sendas Encíclicas. Esta doctrina
es asumida en Chile como base del pensamiento social de redes de estudiantes
católicos los cuales eventualmente son absorbidos (como ANEC) por el P.
Conservador y se siguen desarrollando en su interior hasta denominase Falange,
pero terminan por abandonarlo, debido a las diferencias ideológicas que los
separan tajantemente (iglesia conservadora vs. iglesia social) Al constituirse
finalmente esta red como PDC, nuevamente una parte del P. Conservador -la red
social-cristiana que ya venía operando en su interior- se separa del tronco y
pasa a integrar el nuevo partido, el DC. Con esto, este nuevo partido contiene
ya en su interior, dos redes de distinto origen social. Sin embargo, el grupo
ideológicamente dominante es el de la Falange, el cual ofrece a la clase media
católica una posibilidad de militancia política, acorde a sus postulados
religiosos. Fuera de eso, con su ideología de justicia social, su interés es
atraer no sólo a la clase media, sino también al campesinado y al proletariado
urbano. El partido ha pasado a ser pluriclasista, pero unido por una fuerte
ideología político-religiosa, que será la base del desarrollo de su subcultura.
El estudio de las subculturas de los dos
partidos políticos involucrados en este trabajo, confirmó claramente la
hipótesis original de la existencia de subculturas partidarias diferenciadas.
Si bien ambos partidos, en general, son representantes de la clase media, y han
tenido propuestas similares en lo que se refiere al papel del Estado en la
sociedad, sus diferencias ideológicas básicas (laicismo vs. humanismo
cristiano) atrajeron desde un principio grupos sociales diferentes. Por
ejemplo, el PR se desarrolla originalmente en grupos de provincia, y sus
costumbres, formas de vida, sociabilidad, responden a un cierto tipo de vida
provincial. En cambio la Falange, -que da origen al PDC- comienza con grupos
intelectuales universitarios santiaguinos, católicos, cuyos estilos de vida,
menos gregarios y más austeros y moralistas, fueron imprimiéndole un carácter a
la colectividad. Así vemos que el tipo de sociabilidad de provincia de los
radicales y su ideología igualitaria y no sectaria, con mucho énfasis en la
amistad, también se refleja en sus organizaciones formales e informales: la
asamblea, abierta, como su órgano básico de sociabilidad política, y el Club
Radical, como principal ámbito de sociabilidad. En contraste, el principal
ámbito de sociabilidad de la DC es la familia, y en cuanto a la organización
partidaria formal están las bases comunales, que no son abiertas, que están
cerradas a todo el que no sea militante.
Mientras el radicalismo desde un principio
puso el énfasis en la tolerancia, en la conciliación, en su
"chilenidad", en la capacidad de negociación, en su amplitud de
criterio, la DC, en su período formativo, propone la doctrina del camino
propio, que -básicamente- implica lo contrario; o sea, una tendencia excluyente
de los demás. Resultan así recalcitrantes incluso a recibir nuevos militantes,
sobre todo a nivel de base. A nivel de discurso, en los entrevistados esto se
expresó en términos como "temor a los nuevos", "miedo a la
infiltración", "necesidad de legitimarse dentro del partido",
desconfianza de los llamados "advenedizos", etc.
Al analizar el discurso de cada partido, se
advierte en lo formal, un acento distinto, una manera peculiar de hablar, y un
vocabulario expresivo de los contenidos valóricos que les importan a cada uno.
El discurso radical, pone el acento en los logros del partido en relación con
el desarrollo de Chile, a sus grandes realizaciones en la historia del país: la
laicización de algunas instituciones públicas (Registro Civil, cementerios), la
implantación del concepto de Estado Docente, el establecimiento, por parte del
Estado de una infraestructura que permitiera la modernización del país; por
ejemplo, la creación de la Corporación de Fomento de la Producción. Fuera de
esto, una parte central del discurso radical es el tema de la amistad: el
ayudar a los amigos "de cualquier color", que los radicales son
buenos amigos, e incluso el poner la amistad por encima de las cuestiones
políticas. Por su parte, en el discurso de los democratacristianos -según se
desprende de las entrevistas- no aparecen referencias a realizaciones
partidarias en favor del país (aunque existan), pero en cambio, su discurso es
esencialmente axiológico, basado en un "deber ser" que abarca a
militantes de base, dirigentes, líderes nacionales, etc. es imperativo ser
generoso, solidario, buen padre, buena madre, luchador por la justicia social,
austero en su forma de vida, (en el comer y en el vestir). En relación con esto
mismo, las críticas que hacen los radicales en relación con su partido, tienen
que ver con acciones políticas de la dirigencia, como que se hayan aliado a la
derecha, o el haber impulsado la Ley de Defensa de la Democracia, o cualquier
error político cometido. Por otra parte, no tienen actitud crítica respecto al
amiguismo o "compadrazgo", que la mayoría acepta, y descartan que sea
un rasgo negativo. Al revés, lo justifican porque los amigos deben ayudarse
entre sí, y los amigos no excluyen amigos de otro signo político. Por su parte,
el discurso crítico de los DC respecto a su partido, está estrechamente
vinculado a los imperativos del "deber ser" DC descrito más arriba,
tanto para las bases como para los escalafones superiores. Equivocaciones
políticas de los líderes DC, rara vez aparecieron en nuestras entrevistas.
Una última diferencia, notable, que
marcaremos entre las dos subculturas, es la que se refiere al peso que ejerce
la madre o el padre, sobre los hijos, en lo que se refiere a la adopción de la
cultura política correspondiente. En el caso de los radicales, el padre -sin
excepción- fue la figura central y más influyente en el camino político
adoptado por los hijos; y esto considerando que muchos, tenían madres católicas
observantes. En el PDC, en cambio, entre nuestros entrevistados
democratacristianos, es la madre católica, pero con inquietudes sociales, la
portadora de la doctrina que puede llevar a la consecución de sus postulados.
Hay que subrayar que la sociabilidad de los radicales se despliega más fuera de
la casa, en grupos masculinos, mientras que la democratacristiana se centra en
las casas, en la familia, donde la madre puede ejercer mayor influencia
formadora y centralizadora, y es la que lleva a sus hijos a misa.
En resumen, a través de nuestro trabajo de
campo pudimos distinguir claramente una "cultura radical" y una
"cultura democratacristiana"; estas culturas o subculturas, pensamos,
tienen más peso en el desarrollo y permanencia de cada partido, y perdura más
-en el tiempo- que los principios de la ideología política. Ya que si bien hoy día,
los distintos partidos que conforman la Concertación por la Democracia (alianza
gobernante) han aceptado el modelo hoy imperante de conducción del país, con
sus ingredientes de globalización, y neoliberalismo, así como desenfatización
de la lucha de clases, persiste sin embargo una conciencia de colectividad con
sus fronteras (boundaries) simbólicas; es decir, lo que los distingue de
sus aliados de hoy es su subcultura; del hecho de que se reconocen como
diferentes y ven como diferentes a los demás.
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